viernes, 23 de noviembre de 2007

Fernando Fernan Gomez


Hay muertes que no nos creemos, y eso es lo me pasa con Fernando Fernan Gomez. Es alguien tan familiar, con tanta presencia en nuestras vidas que no es un tópico decir que aun esta aquí entre su publico y sus lectores.
Tal vez haya actores o escritores de mayor embergadura que él, mas sobrios, mejores... Sin embargo, su presencia malhumorada, socarrona en escena, ágil, siempre inteligente y brillante, nunca histriónica o exagerada, permanece ahí para siempre.
No voy a hacer un repaso a sus actuaciones, o su literatura, porque las hay estos días a montones. Solo evocar su enorme carisma, construido a lo largo de tantas décadas.
Me gustaba porque era de esos actores que no se imponían al personaje que interpretaba, a cada uno le daba una personalidad y diferente: Me gustaba en la comedia de los años oscuros, me gustaba en sus papeles en el cine comprometido. Me gustaba como director y como escritor.
Tal vez sea excesivo compararlo, como he oído con Leonardo da Vinci, pero su inteligencia culta y brillante sobrepasaba la mediocridad de nuestro cine, su sentido critico movía conciencias y sonrisas, su sentido común aplastaba intolerancias y snobismos.
Y esta noche veré sentada en el sofá, mientras me tomo a su salud un viejo coñac, La venganza de don Mendo.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Una de mis primeros recuerdos cinematográficos es la simpática cara de Fernando Fernán Gómez en El malvado Carabel, película a la que, como los westerns de Ford y Hawks o los cortos de Keaton, siempre vuelvo, una película sencilla, entrañable, de buena comedia. En una infancia dominada por las imágenes, Fernán Gómez fue un amigo (aquellos que me regalaron un tiempo valioso de emoción siempre serán mis amigos, ya estén al alcance de mi mano o se pierdan en las arenas del Monument Valley).
De este artista destaco esa manera perfeccionista de encarar su trabajo, cómo siempre estaba atinado ya fuera en obras menores y olvidables o en grandes historias, su humor negrísimo en sus primeras películas, como aquella extraordinaria de El extraño viaje, el amor que profesaba a su profesión, el homenaje certero en el Viaje a ninguna parte (ahora recuerdo a su personaje exclamando, enojado, “¡jodido peliculero!”). Casi lo veo como aquel personaje que interpretó en la impresionante Vida en sombras, de Llobet Gracia: un apasionado cinéfilo (cinéfago) que nació en un primigenio cine y que no puede dejar de reinterpretar con su cámara el mundo que le rodea.
Cada vez me quedan menos “amigos” de infancia, aunque, por lo menos, aún puedo disfrutar de sus caras, sus gestos, recordarlos sin cambiar un ápice de su ser.